SI BIEN FICCIÓN, LA SIGUIENTE HISTORIA ESTA BASADA EN UN 100% ACONTECIMIENTOS E INFORMACIÓN REALES. A LA FECHA, 2016, EL MUSEO NACIONAL DE HISTORIA NATURAL PENDE DE UN HILO.
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EL ÚLTIMO MUSEO
Crónicas del ocaso de la ciencia en el Uruguay
Texto y fotografías:
Gonzalo Fierro Osores. Investigación: Cecilia Martínez.
-Viniendo el sobrino del fletero ya seríamos unos cinco.
Parecía aquello algo lisa y llanamente, descabellado. Pero lo
que menos yo quería era desalentarlo, ya por demasiadas había él pasado en
relación a lo que ahora -y nuevamente-, nos tenía en vilo, y que sería una verdadera
injusticia el darle plena noticia de hacia donde la realidad de los hechos
apuntaba; Pero conociéndolo, y a juzgar por ese peculiar brillo en sus ojos que
no mostraban otra cosa sino su tan aguerrida tenacidad, ese tipo de estoicismo
que nace de la más profunda pasión por aquello que, sobre sus hombros él mismo
se estaba poniendo sin recibir más paga que un sueño. No era tanto un logro
personal -y esto es lo más noble de él-, sino que trataba de un sueño para casi
dos siglos de ciencia, pero por sobre todo su futuro y permanencia. No, el nunca
daría marcha atrás por más amargas que fuesen las noticias. Pues desde hacía ya
varias jornadas y ahora 48 horas prácticamente sin reposo, -tal vez alguna que
otra siesta entre el cajonerío-, no cesábamos de embalar las piezas, previa
limpieza y minuciosa revisión de sus respectivas clasificaciones. Con la
meticulosa suavidad de quien ama lo que entre manos tiene, aprestaba todo para
la mudanza. De a momentos tomaba una pieza y cesaba el tiempo mientras la
observaba melancólico con sus rasgados ojos tras tantos años de trabajos en
campo, afilados, prestos a detectar lo inimaginable. La mirada que posaba sobre
el objeto dejaba entrever la angustiante pregunta de si sobreviviría una vez
más otra mudanza, o más que esto último, una verdadera travesía, ya que no eran
muebles lo que nos disponían desplazar. Remarco: Sin duda había que darle
ánimos.
-Estamos entrando en un nuevo milenio, y viste que el
progreso es progreso y esto no queda por fuera, va a salir todo de maravilla!
Le decía yo, conociendo hacia donde se dirigiría el acervo científico más
grande e importante del Uruguay, lo cual, estaba muy lejos de lo que
“maravilla” pueda o no significar, más bien se encontraba en las antípodas de
esta. Sencillamente -y esto es lo que yo me empeñaba a ocultarle- trataba un
depósito de último momento y la promesa de una condena al olvido asegurada.
Básicamente las prioridades gubernamentales de finales de los ’90 en materia
cultural estaban expulsando a la ciencia de este territorio, y este muchacho,
amable y soñador, era casi lo único que se interponía.
Entre las tareas de llevar, traer, mover, limpiar, ordenar,
clasificar y soñar, se suscitaban interesantes momentos de charla, gracias a
las cuales, con el correr de las jornadas fui tomando real dimensión sobre lo que
entre manos teníamos. Yo siempre me había limitado a mis funciones básicas,
pues siempre consideré no contaba con los arrestos necesarios para ya sea dar
una charla, un recorrido o un brote espontáneo de información transmitida con
la pasión que a él si lo caracterizaba, y con estas conversaciones que
manteníamos entre plena tarea, fuere ya por su universal conocimiento y su
peculiar forma de transmitirlo que, muchas veces en el fragor de la
explicación, hasta sus movimientos seguían la intensa cadencia de sus palabras,
invitaba de forma maravillosa a ir más allá, pues de eso se trata la pasión. Y fue
así que paulatinamente comencé a enterarme de que el Museo Nacional de Historia
Natural que estábamos preparando para una mudanza -dado que las remodelaciones
del Teatro Solís así lo “requerían”-, fue el primer museo de nuestro país,
fundado en 1837 en donde el mismísimo Dámaso Antonio Larrañaga -todos conocemos
sus aportes a este país-, formó parte de la comisión fundadora, y como si este
dato fuera poco, ni mencionar entonces que el museo formó además parte del
Ideario Artiguista. O él estaba loco o el país y quienes nos invitaban a
mudarnos lo estaban.
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-¿Pero estás seguro? Le pregunté ya demasiado impactado.
-Fijate vos mismo, me dijo, extendiéndome una serie de
documentos que ya por su fragilidad, hablaban de no menos de 150 años, siendo
empero su contenido lo que finalmente logró enmudecerme. Estaban ahí, las
firmas, los nombres, todo. Parecía surreal e inmediatamente levanté mi cabeza
fijando mi mirada a la suya, sumido en un estado de inercia mientras pensaba
-ya con las pruebas en mi mano-, que ese joven científico en sus 20 y algo
mozos, sostenía en sus hombros mucho más que la mayor y mejor colección de
material sobre todo lo que vivió y vive en este país, sostenía la médula
cultural, raíz y eje de la ciencia de una república. Me dejé caer hacia atrás
apoyándome sobre unos cajones que para mayor espanto -pues eso sentí-, tenían
la inscripción: “colección paleontológica Dr. Teodoro Vilardebó. Creí
desfallecer.
-Y otras tantas colecciones donadas por grandes
personalidades de nuestra historia -añadió-, sin mencionar la biblioteca
científica, una de las cinco más importantes de Sudamérica, en donde no solo
tenemos los registros detallados de naturalistas pioneros en esta región,
además de contar con textos del siglo XVIII. Imaginate que en esos textos se
encuentra la evolución científica de este país y la región, de perderse o estropearse
tal vez solo una página de uno de esos textos, no nos quedaría más que subirnos
a una máquina del tiempo, así que …
-¿Así que? –Añadí ansioso y estupefacto.
-Nada, todo saldrá bien. Concluyó grave y meditativo.
La mañana era fría y con una molesta llovizna que, en esa
zona de la ciudad, donde los vientos del río duplican la sensación térmica y
hacen llover casi de forma horizontal, lo único vertical y firme cuando llegué
era su estampa apacible, media hora antes de comenzar a cargar la ciencia uruguaya
en la parte de atrás de la vieja camioneta Willys que pudimos costear con lo
ahorrado de una serie de charlas, menos la última, la cual yo le porfié sería
la más rentable aunque él se empacó en brindarla gratuitamente ya que
asistirían muchos niños y jóvenes.
-¿Y quién va a pagar el resfrío que nos vamos a agarrar? Le
dije con mucha guasa, para aplacar un poco los nervios que yo sentía, aunque
queriendo proyectárselos a él.
-Ahí vienen. Me dijo sin inmutarse de mi broma, o tal vez
omitiendo el tema dinero, sea ya por bronca a las autoridades o porque
sencillamente no le interesaba. Cosa que en mi caso era lo contrario, ganábamos
mal como funcionarios técnicos del museo y aun así nos corrían sin hacerse
cargo de nada, esto me generaba sentimientos muy encontrados. Miré hacia abajo
meditando esto último, tragué saliva y dirigí mi atención hacia el fletero que
se abría paso a bocina limpia entre aquel lúgubre panorama urbano.
-Qué carajo ni qué carajo! Llueve de lo lindo así que mijo
no le garantizo que todos esos cajones lleguen sanitos. Y por el clima y viendo
la cantidad de viajes que vamos a tener que hacer, le voy a tener que cobrar a
mi sobrino como un peón más, por más que a él le gusten los bichos y lo ayude
en el museo. Eso es otra cosa y ya le dije al mozo que con esos gustos no creo
se gane un buen pasar… con todo respeto a ustedes claro.
Nos miramos. Los comentarios lapidantes del fletero me
deformaron la expresión, pero a mi colega le parecieron simple ruido de fondo,
manteniendo una sonrisa y saludando al chiquilín, el sobrino del hombre, devenido
peón asalariado tras otra muestra popular de que la ciencia no valía un
céntimo.
-Tu tío bromea, la próxima salida de campo la hacemos juntos
¿te parece? Le dijo mi colega al gurisito mientras su tío al oír esto ya estaba
abriendo su bocota en el momento justo en que me interpuse mirándolo fijamente
con esas miradas que lo serenan todo, y no por ser precisamente bonitas.
-Gué, vamo´ a meterle. Dijo el fletero finalmente y
comenzamos de inmediato a cargar el primer viaje de la ciencia.
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-No puede ser.
Su mirada recorría con pena los recintos en donde íbamos
apilando las cajas, el olor a humedad era casi intolerable, las paredes
ennegrecidas por los hongos, y en ese preciso día de lluvia, hasta las líneas
de agua filtrada y las goteras de los techos hacían eco por doquier. El quinto
miembro de la mudanza, una ayudante voluntaria de la Facultad ya se encontraba
hacía horas ubicando baldes y tarros bajo las goteras para que esos pisos no se
anegaran. Me miró descolocado, buscando una respuesta de mi parte al por qué no
se lo había comentado antes. Le argumenté con la verdad, no había otro lugar
más que este que nos habían designado -o recluido-. Sabía que de habérselo
comentado podría herir su voluntad y esperanzas, preferí que lo viera él una
vez ya todo en marcha pues no habría vuelta atrás, y mi jugada de ahí en más
consistiría en continuos comentarios optimistas, haciendo de tripas corazón,
para que todo prosiguiera y la adaptación fuese lo menos dolorosa posible. Le
comenté que iban a refaccionarlo todo, obviamente las colecciones no
resistirían las condiciones del edificio y de seguro las autoridades eso ya lo
sabían -ingenuidad la mía-. Que solo necesitaríamos mantener monitoreadas las
colecciones en sus respectivos cajones un breve tiempo mientras el gran nuevo
museo era reacondicionado. Eso pareció calmarle -sé que no del todo-, pero
finalizamos la mudanza tras once horas. Efectivamente el nuevo lugar no
solamente era pequeño, sino que no contaba con las condiciones mínimas para
asegurar la integridad de las colecciones, exhibiciones, laboratorios y demás.
Pero me negaba a creer que todo quedaría así, no era posible, no era lógico,
todo estaría bien.
Durante los siguientes días, semanas y meses nos dedicamos a
acondicionar provisoriamente los diferentes espacios y dar orden a lo que
sosteníamos sería socorrido por las autoridades que ahí enviaron a la ciencia.
Pero el tiempo pasaba y los monitoreos a las piezas ya eran rutinas de varias
veces al día, hicimos reclamos varios pero parecían caer en oídos sordos. Nunca
llegaban las promesas de refacción y acondicionamiento, y la tensión crecía. Al
mismo tiempo, colegas científicos que nos visitaban corrieron la voz a nivel
mundial solicitando la necesidad de salvaguardar mínimamente lo que las
comunidades científicas más reconocidas de todas partes del globo sabían, era
un acervo valiosísimo que ni ellos mismos tenían. Fueron varias las peticiones,
las cartas, las visitas, pero ya dos años corrían entrados en el segundo
milenio y nada, absolutamente nada fue facilitado. Ni siquiera técnicos
específicos a las variadas colecciones, con lo que debíamos ser
multifuncionales. Se podría decir que nos lográbamos ambientar, acondicionando
pequeñas partes en la medida en que íbamos cobrando nuestros sueldos, pero la
angustia y frustración eran, sin duda, constantes. En lo personal, mis
expresiones no podían emular optimismo, carecía de esa capacidad o la había
perdido completamente, debiéndome delegar en mi colega las charlas a
instituciones y centros educativos que nos visitaban. Él lo hacía con extremo
esmero, creyendo en lo imposible, mientras yo no lograba sino deteriorarme,
solo salir a las salas para devolver las piezas exhibidas durante las visitas a
sus cajones, o tumbas como me había acostumbrado a decir.
Llegando a mediados del tercer año me vi en la más espantosa
decisión a tomar. Cuando le comenté que renunciaría, no voy a olvidar su mano en
mi hombro, su mirada cálida y comprensiva, su “te entiendo completamente” y su
mano saludando, agitándose en el aire mientras cerraba tras de mí las puertas
de la tumba de la ciencia uruguaya toda. No lo podía concebir y no tenía ya
esperanzas. El seguía ahí con una sonrisa y una pasión inquebrantable, él era
el único protector de toda la ciencia uruguaya condenada al olvido por las
eternas injusticias de un país con sus prioridades culturales severamente
trastornadas.
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-Papá mira! En la tele, tu colega, el que siempre decís que
es valiente. Está hablando de dinosaurios, está buenísimo!
Ahí estaba él, doce años después, un programa cultural. No
pude evitar la emoción, el arrebato de lágrimas en mis ojos.
-Qué hijo… ! No se rindió. Pensé en voz alta mientras mi
esposa censuraba inmediatamente mis tan poco decorosas palabras. Continuaba con
la misma sonrisa y chispa que conocí, divulgando la ciencia a contra viento y
marea, como siempre lo había hecho.
-Viste como era verdad que tuvimos dinosaurios! Mira! Ahí
está explicando, escucha, escucha!
La hipnosis de mi hijo al ver como mi colega explicaba lo
que muchos creían descabellado era hermosa, y se la debía enteramente a él.
Estamos en 2015 y continúa inalterable su pasión por defender y divulgar
nuestros siglos de ciencia. Y ahora hasta mi esposa se había detenido a mirar
junto a mi hijo los secretos naturales más fascinantes de nuestro país. Di unos
pasos atrás, viendo a mi familia consumida por la curiosidad y la maravilla y
reparé en la frase “secretos naturales más fascinantes de nuestro país”, y aún,
exceptuando divulgaciones como la que estaba en la tv, la palabra “secreto”
continuaba también inalterada. Hace unos días me enteré de que tras 16 años,
las colecciones que conocí permanecían en ese mismo sepulcro sin haber recibido
otro socorro más que la persistencia de mi colega y de innumerables
voluntarios. 16 años! Protegieron a pulmón y pasión nuestro mayor acerbo
científico! Por unos segundos sonreí tras confirmar que la pasión de mi colega
era definitivamente inquebrantable, pero inmediatamente me invadió el absurdo.
¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden haber pasado 16 años sin que el estado pusiera
una pizca -por más mínima que fuese- de interés en preservar toda nuestra
historia científica? No podemos estar ajenos ante tal atrocidad! 18 museos y
centros culturales se abrieron de unos años a esta parte omitiendo el primero y
mas importante! ¿Qué intencionalidad hay detrás de esto?, de haberla, es decir,
borrar la ciencia de nuestro país, que sea ya al menos explicada! Pero si se
trata de inoperancia, definitivamente TODA la cultura del Uruguay está ya en
altísimo riesgo. Es absurdo.
Inmediatamente me atrincheré en el ordenador buscando
información y respiré al descubrir que existe un saludable y muy racional
interés en que no lleguemos a perder -si aún no es demasiado tarde- el mayor
acerbo científico de nuestro país, vi una petición de firma para revertir de
una vez esta penosa situación. Acabo de firmar y les invito e imploro queridos lectores
a hacer lo mismo. El link es el siguiente:
https://www.facebook.com/groups/1617334655210723/?fref=ts
Gracias,
El último museo…