martes, 20 de septiembre de 2016

COMBATE DEL CERRO DE MONTEVIDEO. 1826. Primera parte.

Gonzalo Fierro Osores, José Ignacio Sosa
SATU.2016
Reseña histórica:

Sitiada la fortaleza y alrededores por el ejército del Imperio de Brasil, el nueve de febrero de 1826, el Gral. Manuel Oribe al mando de un contingente Oriental, toma como objetivo los campamentos y caballerizas luso-brasileñas apostadas en derredor de la falda del cerro -por lo general el fuerte estaba escasamente ocupado, siendo lugar de repliegue brasilero en caso de ataque-; este panorama presentaba a los sitiadores el elemento sorpresa, condiciones ideales para una emboscada.

Avistado el despliegue Oriental por los vigías apostados en la fortaleza, estos realizan una serie de disparos de cañón con el objeto de dar alerta a aquel contingente a emboscar por Oribe -se estima en casi trescientos brasileros-. Fallido el elemento sorpresa, el contingente brasilero comienza un repliegue hacia el emplazamiento fortificado en la cima.

La encarnizada persecución subsiguiente impidió a los imperiales apostados en la fortaleza -dada la velocidad de ésta-, realizar un uso eficaz de la artillería, combatiéndose básicamente a fuego de mosquete en retaguardia y en permanente movimiento hasta rodear Oribe y el ejército Oriental del cuerpo de Dragones Libertadores, la fortaleza en unos doscientos metros de distancia. El combate se prolongó decrecientemente unas horas no pudiendo el ejército Oriental recuperar la fortaleza dada la inferioridad numérica en comparación al ejército Imperial. Empero, la persecución dejó un saldo de caídos de un tercio del contingente brasilero, inclusive abandonando estos -el grueso de los emboscados- su armamento durante la retirada y los escasos disparos de retaguardia.

Posteriormente encontramos otro mojón histórico en la fortaleza hacia 1870 en la "Revolución de las lanzas", sitiando el Gral. Timoteo Aparicio la misma en cruzada revolucionaria contra los gubernistas.

Método:
Trazado satelital de un perímetro y posterior prospección de campo mediante equipamiento para detección de metales.

Resultados:

-Bala de cañón (avancarga) de a 16 libras.

-Tapa de boca de fuego (cañón).

-Pieza de cureña de cañón del SXVIII.

-Balas de mosquete, 3 (avancarga).

-Clavo de forja (acería colonial).

-Tres botones uniforme militar (dos de ellos pertenecientes al periodo entre 1829-1873).


-Bala “Minié” (también de armamento de avancarga pero de un sistema de fuego posterior, el sistema de pistón a fulminante, armas como el fusil "Voltigeur" fueron muy utilizadas durante la mencionada Revolución de las lanzas de 1870).






sábado, 23 de julio de 2016

Los "últimos" Charrúas a la gran pantalla Nacional

CINE NACIONAL Y UN AJUSTICIAMIENTO HISTÓRICO SIN PRECEDENTES
Película uruguaya “5 Charrúas”


Yo, Tacuabé, compañero de la Guyunusa; voy a contarles aquí la historia de mi familia, porque a través de ella sabrán de los amigos, y enemigos; amores, traiciones, Dioses y Demonios de nuestro pueblo; ya que la historia de mi familia, no es otra, más que la historia de mi pueblo”.

Así comienza la trama, así comienza el fin, pero también así comienza un grito sordo anunciando ese “ya es hora”. Será entonces el momento más indicado para tal vez echar luz sobre uno de los acontecimientos más infames de nuestra historia, casi investido de leyenda, pues los devenires del destino han demostrado sobradamente que un suceso ríspido e incómodo, es moldeado tras las eras que le siguen, con variopintas improntas subjetivas, maquillajes de negación ante lo que dolió tanto, o por el contrario, homéricos tintes para mitigar esas molestias. Es así que desde mediados de la tercer década del SXIX, cual errante mendigo, hubo de ajustarse a inimaginables circunstancias y coyunturas, sean ya históricas, políticas y/o sociales; pero siempre cambiantes en versión, dejando esa “tercer década” con un rostro que aparenta el haber sido alguien, que en algún momento se le conoció, pero ahora su verdadera identidad ha debido ser modificada no en una, sino en múltiples ocasiones, y a veces paradójicamente opuestas.

Daniel “El Cuentista” Campodónico tomó en sus manos esa añeja historia en constante metamorfosis, y con el pragmatismo y sentido de perspectiva que quizá solamente los artistas más audaces poseen; decidió devolverle en ambiciosa plenitud, su real identidad. Estamos refiriendo a la batalla de “Salsipuedes” con sus reales -dolorosas o no-, luces y sombras. Un entramado de romance, acción, aventura y drama, mística y rigor histórico, todos ellos elementos que difícilmente se encuentran armoniosamente conjugados en una sola obra que refiera a nuestra tradición cinematográfica nacional. Nos acercamos a una obra que marcará un antes y muy probablemente iniciará una nueva y fresca forma de realizar cine en nuestro país.
Partiendo desde presupuesto cero, el empuje pasional de su director (D. Campodónico) y todo el equipo de producción, ha dado ya virtuosísimos frutos en escenas ya filmadas y que sencillamente pueden observarse vía internet. El siguiente paso es culminar en un cortometraje piloto para finalmente arribar -con la ayuda de todos- a un largometraje que regocijará nuestra identidad y nos posicionará entre los más altos cánones de la cinematografía internacional. A fin de cuentas, orgullo para un país todo.

En cuanto a la historia en sí, hacia los albores de esta naciente república, aunque sufrida antes, durante y después de serlo, la modernización era algo imperioso, o al menos así lo veían los gobernantes centralistas de las principales ciudades-puerto (Montevideo, Buenos Aires), llamados estos también unitarios, amigos del capitalismo inglés, encontrábamos su contraste en los denominados federales; ruralistas, proteccionistas defensores del ideal de “Patria Grande” y principalmente liderados por caudillos rurales, tal es el caso de José Gervasio Artigas -de quien Vaimaca-Pirú fue lancero-. Varios apelativos se utilizan para calificar una de las consecuencias de esta modernización arrolladora, tales como matanza o genocidio, en los hechos, el pérfido combate acaecido el 11 de abril de 1831 en costas del arroyo Salsipuedes fue, invariablemente una de las más deleznables manchas en nuestra historia -por demás manchada de carmesí-. Con motivo de acordar cargos para la defensa de las fronteras, el Gral. Fructuoso Rivera, convoca a caciques con sus hombres y familias de la macroetnia Charrúa, crisol de las variadas parcialidades nativas que tuvimos. Esta traicionera convocatoria fue el primer paso para culminar con “el problema de los salvajes”, que persistían en mantener sus costumbres ancestrales, no adaptándose a estos tiempos de modernidad. Una vez reunidos casi medio centenar de Charrúas, el engaño se torna de indecible crueldad cuando súbitamente tropas gubernistas emboscan a aquellos convocados bajo términos pacíficos, culminando con más de dos tercios de los Charrúas esclavizados, más de una treintena asesinados, y una encarnizada persecución a aquellos que lograron escapar del primer ataque. Esta se prolonga por casi tres años más principiada por parte del mismo sobrino de Fructuoso Rivera, Juan Esteban, también militar y mejor conocido como Bernabé Rivera, quien en su sangrienta cruzada tras los pocos Charrúas desbandados, muere en manos de estos el 20 de junio de 1832. Aun así, pequeños grupos continuarían siendo perseguidos hasta el olvido.
De la Batalla de Salsipuedes lograron escapar los mal denominados “últimos” Charrúas, siendo estos fugitivos Senaqué, Tacuabé, Guyunusa y Vaimaca-Pirú. Recapturados, fueron entregados al empresario francés Francois De Curel y, hacia 1833, desembarcando en París, fueron estudiados por miembros de la Academia de Ciencias Naturales de París y presentados en una exhibición llamada “Les Derniers Charrúas”, cual ejemplares de fauna exótica de las Américas.

Otro elemento histórico que el rodaje plantea es el hecho fáctico de que los anteriormente mencionados no fueron los últimos Charrúas –aún quedaban pequeños grupos sobreviviendo al margen de la “civilización”-, pero además, existió una “quinta” Charrúa, la cual Guyunusa dio a luz en París.

El rodaje de la película, ya declarada de Interés Cultural por el MEC, continuará con nuevas tomas a lo largo de todo nuestro territorio hacia finales del presente año.
Continuamente se están llevando a cabo obras culturales diversas, exposiciones y charlas con el único fin de recaudar fondos.



“La Garra Charrúa más allá de ser una exaltada disposición guerrera en el combate, no es sino esas mismas garras aferrándose a su propia tierra; y en este sentido, probablemente una gran parte de nosotros seamos reflejo de esa abnegación y arraigo a lo que es nuestro”



Gonzalo Fierro Osores 














PÁGINA FACEBOOK DE LA PRODUCCIÓN:
https://www.facebook.com/cincocharruas/?fref=ts
TRAILER 2:
https://www.youtube.com/watch?v=5rSCutCLz3w




sábado, 25 de junio de 2016

Reflexiones sobre San Nicolás de Bari y la "Conquista del Norte"

Un misterio en resolución.
Faldas del Cerro Largo, finales del SXVIII.
Una defensa en ruinas, con el potencial de redefinir la historia.
Marzo 2016, una particular sociedad de investigadores abraza el desafío.

Reflexiones sobre San Nicolás de Bari y la "Conquista del Norte"


Ha sido costumbre ampliamente repetida, -haciéndose esta casi un hábito- de los ensayistas históricos, el tomar al Río de la Plata y sus ciudades-puerto como el casi exclusivo centro de expansividad hacia el posterior estudio de los más altos logros patrios en aquellos lugares “de allá lejos y hace tanto”. Fue una comprensible necesidad práctica para explicar los aconteceres de aquellos terruños más lejanos de nuestra Orientalidad, casi como en un tick, se apeló -en muchos casos de forma sistemática-, a centralizar las investigaciones en Montevideo y Buenos Aires, para luego partir y atar cabos con los otros lejanos puntos cardinales. Esto es empero muy loable y sin lugar a dudas por demás lógico, dado que las bases logísticas y estratégicas se daban por lo general en el conflictivo sur, en sus márgenes del Río de la Plata; Sin embargo, estas empresas llevadas a cabo por investigadores e historiadores de todas partes, llegaban si se quiere “tarde” a pormenorizar en los puntos más alejados, dejando muchas veces al azar las conexiones y al porvenir las explicaciones.

Durante tres jornadas en el mes de marzo de 2016, partiendo desde el fortuito hallazgo documentación "dormida" por mas de doscientos años, el estudio de esta y la prospección in-situ de nuevos sitios arqueológicos no conocidos hasta el presente, investigadores provenientes de cinco departamentos del Uruguay, decidimos hacernos de ese porvenir a la deriva, tomando el legado de brillantes pioneros en el arte de hurgar nuestra historia desde los mismos lugares pasibles a brindar más conocimientos, pero planteamos un punto de partida si se quiere opuesto, partimos aquí desde el norte, para arribar a esos cabos sueltos que desde el sur se han dejado, en esta ocasión, a sotavento.


Tras las primeras conclusiones hipotéticas de rigor investigativo sobre estos "nuevos" documentos, dimos plena cuenta del valor de las primeras familias que poblaron el norte de nuestro territorio, haciendo frente a la incertidumbre, a un constante vaivén bélico, a las arremetidas desesperadas de nuestros nativos, así como también a los temibles “bandeirantes”. Estas familias pioneras, en una tierra de nadie y hasta “inconveniente”, cimentaron nuestra independencia y consolidaron nuestra nación, es cierto tal vez que no tenían la pompa de aquellas familias centralistas del sur, pero tuvieron el coraje suficiente para hacer fértiles las rocas, limitar al invasor en un grito desesperado de “esta es mi tierra”, en donde las circunstancias las convirtieron en una defensa más. Consideramos pues a estos pioneros pobladores del norte como un todo, una fortaleza inexpugnable ante el avance portugués, pues, las certezas derivados de esta investigación -aún en curso-, indicarían que el destino hizo devenir chacras en guardias -y el valor cardinal de éstas-, y estancias en fuertes, ese destino tenaz, tozudo, tal vez personificado y sin lugar a dudas abanderado de nuestra libertad. 

A la luz de estos nuevos hallazgos ocurridos desde finales del 2015 hasta marzo del 2016, dejamos planteadas algunas preguntas que como aquellos cabos de los que nos hicimos en una primera instancia, pueden o no quedar sueltos a ulteriores investigaciones, pero nos es de altísimo rigor, el dar a conocer esta nueva serie de hipótesis, que sin lugar a dudas sumarán una “estrofa” más a la arrítmica melodía de nuestra historia, acercando las fronteras sur y norte, descubriendo a esta última de la niebla que la memoria histórica nos presentó durante décadas de textos de estudio como tan lejana que casi no es nuestra. La sorpresa tomó repentinamente el protagonismo demostrando que supimos pisar firme frente al opresor, donde siempre creímos no estar.


No es algo para nada infrecuente al revisar nuestra historia el dar plena cuenta de que ésta está marcada a sangre y fuego por conflictos y disputas territoriales desde la noche más lejana de sus tiempos, sea ya entre tribus nativas o tras la occidentalización de las Américas, en donde los intereses de los distintos y variados imperios mostraron su faceta más cruenta. Desde aquella “tierra de ningún provecho” tal como la veían los primeros adelantados españoles, hasta el gran provecho que casi mágicamente se descubrió una vez el explorador criollo Hernandarias arreara miles de cabezas de ganado por todo el territorio: Cuero, la vaquería cimarrona fue durante un muy largo periodo el oro Oriental que colmaba las bodegas de los buques europeos. Previamente a esta veta germinal del capitalismo más temprano, la boca de entrada a las Indias Occidentales fue, claro está, el Río de la Plata y no en vano toda Europa puso sus ojos en nuestros puertos naturales, dando origen de esta manera a los primeros poblamientos estratégicos, devenidos por lógica en fuertes, ya que quien dominase la entrada-salida al corazón de las Indias, todo lo dominaba. Desde el emplazamiento indígena guaraní en Paysandú, las fortificaciones de Soriano, El “bloque” coloniense, la apresurada Montevideo, siguiendo por el “infierno de los navegantes” en las baterías de Maldonado, y los fuertes de Rocha; claro estaba que un territorio tan defendido tenía su valor. La pregunta que surgió haciendo un ejercicio imaginativo de retrospección a ese cordón defensivo desde el litoral hacia el atlántico sin dudas fue: ¿El norte, estaba completamente indefenso?, ¿Era una cuestión únicamente de costas?

Al remitir a nuestras defensas a lo largo de la historia, por lo general rememoramos las imponentes murallas de la Colonia del Sacramento, las fortalezas de Sta. Teresa y San Miguel y alguna batería artillada como lo son las de Isla Gorriti en Maldonado. Y todas enfrentando la costa. Empero supimos defendernos de maneras un tanto más inverosímiles si se quiere, y en lugares en donde no mucho empeño ponían las coronas en atender. Este sistema defensivo de fuertes y baterías estaba unido a una gran cantidad de “guardias” de campo que a veces, ni siquiera llegaban a ser cuarteles, pero operaban de la misma manera y ante enemigos que el mismo rostro tenían tanto desde la costa como desde la tierra más profunda. Y su ubicación tampoco estaba dejada al azar. Muchas veces, recorriendo el interior profundo como algunos prefieren llamar a los territorios más alejados de Montevideo y costas, observamos ruinosos emplazamientos que rápidamente agregamos a la categoría de “tapera”, considerándolo un viejo casco de estancia estropeado por el tiempo, de estos efectivamente tenemos cientos que no son más que eso, hasta que el súbito cruce de la documentación adecuada nos llevó a indagar algo más, y una vez en campo, esas otrora “taperas”, se fueron perfilando como algo sensiblemente diferente a una gran edificación, ciertos detalles arquitectónicos, su emplazamiento territorial estratégico y la disposición de sus “ruinas”, nos invitaron a investigar su identidad. En muchos casos, tras largas investigaciones no encontramos sino una “falsa alarma”, tratándose a fin de cuentas de una estancia algo defendida ya sea de nativos, vaquería, entre otros quehaceres “matreros”, pero en muy pocos casos se tiene la suerte -como la tuvimos- de dar con un lugar que, de posicionarlo en su auge, razones tenía para erguirse en murallas y no precisamente de bandoleros sueltos. Esta es la investigación de una de ellas, situada de forma casi inaccesible en la falda del Cerro Largo.



Para mejor comprensión debemos situarnos unos siglos atrás, en una tierra olvidada pero susceptible de repentinos arrebatos territoriales. Nos situaremos entonces en el actual Cerro Largo hacia finales del SXVIII y tres potencias: El brioso imperio de Portugal, La decadente Corona Española y el incipiente pueblo Oriental, que derivaría en una República, no mucho tiempo mas adelante.
La disputa por el territorio Oriental entre Portugal y España remite prácticamente a los inicios de la conquista alrededor del SXVI y desde todos los flancos. La misma fundación de Montevideo responde a un acto de respuesta rápida ante el avance portugués en el sur desde su ya emplazado fuerte de Colonia del Sacramento, venían a por el puerto natural de Montevideo, estratégicamente perfecto, y parte una expedición española encabezada por bruno Mauricio de Zabala para establecer en el mismo una precaria plaza. La situación en el norte del territorio, conocido en ese entonces como las Misiones Orientales, de gran presencia Jesuítica y Guaraní, tomaba cada vez más el caris de lo que en el sur se venía sucediendo, una permanente conquista sobre lo otrora conquistado.
Nos posicionamos entonces en un territorio con una franja costera de E a O fuertemente defendida y disputada, ruta de tránsito de los principales valores de exportación a Europa -el oro y plata del Alto Perú no tenía manera de llegar a Europa evitando el Río de la Plata-, sin embargo, el norte permanecía como un lugar altamente inconcluso, percibido como predominantemente hostil por su vasta presencia nativa y criminal -bandeirantes-, por lo cual no era el destino más deseado a poblar por las familias que llegaban al nuevo mundo. Sumándose a esto, su topografía grandemente desconocida generaba en las poblaciones del sur una suerte de desinterés un tanto incómodo de tratar.
El caso es que tarde o temprano debía ser tratado política y militarmente ya que el descuido en la “retaguardia” oriental podría poner a las colonias españolas en zozobra. La tormenta portuguesa, si bien mantenía al territorio bastante ocupado en los fuertes costeros, avanzaba lenta pero segura en un territorio tal vez, muy conscientemente relegado por parte de los Virreyes españoles que velaban más por el seguro tránsito del oro y plata desde el Río de la Plata hacia esa Europa ya en una crisis crónica que no hacía más que acaudalar noblezas corruptas y solventar sus propias guerras, tales como las conocidas “Guerra europea de los treinta años”, la Ignominiosa “Guerra de los ochenta años en Flandes” y las posteriores Guerras peninsulares bajo las garras Napoleónicas, planteando un panorama de un liso y llano saqueo a las Américas por “gastos infames” al otro lado del Atlántico. Claro es entonces que los delegados de las coronas -principalmente española- en estas tierras, velaban por nada, excepto formalismos diplomáticos para “legitimar” el contrabando y el corso, que respondía básicamente al compulsivo transporte de esos preciados minerales, la costa era el enclave, la tierra adentro, se pensaría después y tal vez tarde. Pero ¿Qué era entonces de esas tierras a las que la corona de momento les daba la espalda por razones netamente económicas?, ¿Quiénes las poblarían?, ¿Qué papel jugaban -a solas-?

La Sociedad de Amigos de la Tradición del Uruguay (SATU), con el apoyo de la Intendencia Municipal de Cerro Largo, del Museo de Historia Natural y Antropología de Cerro Largo y del Museo Sin Fronteras (Rivera), emprendió tras una exhaustiva investigación de nuevos documentos y un sistemático trabajo arqueológico in-situ de emplazamientos geográficos, una de las mas ambiciosas empresas investigativas en materia de historia nacional logrando una muy amplia repercusión de prensa. Los descubrimientos arqueológicos, cotejados con la nueva documentación hallada, marcaron fuertes hipótesis relacionadas con los primeros poblamientos criollos en el norte de nuestro territorio y su defensa, tomando preponderancia la "mítica" guardia de San Nicolás de Bari, redefiniendo procesos y personajes tales como Agustín de la Rosa. Si bien el capítulo aún no está cerrado, dada la contundencia de los hallazgos y las primeras hipótesis, la historia tal como la conocemos, podría repentinamente mostrar aristas de una significación tal, que no permitiría lugar a la duda sobre la realidad fáctica de que la historia de nuestra Patria aún puede sorprendernos de maneras insospechables.

Inv. Gonzalo Fierro Osores


Miembros investigadores SATU:
-Sr. Marcos Sosa Cantera (Cerro Largo).
-Sr. Renzo Loggio (Salto).
-Sr. Gonzalo Fierro Osores (Montevideo).
-Sr. Channick Hernández (Colonia).
-Sr. Christian Leal (Rocha).
-Sr. Federico Ricagni (Cerro Largo).



*La Sociedad de Amigos de la Tradición del Uruguay es una organización sin fines de lucro orientada a la investigación, defensa, divulgación y democratización del conocimiento histórico-patrimonial nacional.

*Prensa:


*Próximamente primer informe sobre mencionada investigación: 


*Video:




lunes, 11 de enero de 2016

SI BIEN FICCIÓN, LA SIGUIENTE HISTORIA ESTA BASADA EN UN 100% ACONTECIMIENTOS E INFORMACIÓN REALES. A LA FECHA, 2016, EL MUSEO NACIONAL DE HISTORIA NATURAL PENDE DE UN HILO.



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EL ÚLTIMO MUSEO
Crónicas del ocaso de la ciencia en el Uruguay
Texto y fotografías: Gonzalo Fierro Osores. Investigación: Cecilia Martínez.



-Viniendo el sobrino del fletero ya seríamos unos cinco.
Parecía aquello algo lisa y llanamente, descabellado. Pero lo que menos yo quería era desalentarlo, ya por demasiadas había él pasado en relación a lo que ahora -y nuevamente-, nos tenía en vilo, y que sería una verdadera injusticia el darle plena noticia de hacia donde la realidad de los hechos apuntaba; Pero conociéndolo, y a juzgar por ese peculiar brillo en sus ojos que no mostraban otra cosa sino su tan aguerrida tenacidad, ese tipo de estoicismo que nace de la más profunda pasión por aquello que, sobre sus hombros él mismo se estaba poniendo sin recibir más paga que un sueño. No era tanto un logro personal -y esto es lo más noble de él-, sino que trataba de un sueño para casi dos siglos de ciencia, pero por sobre todo su futuro y permanencia. No, el nunca daría marcha atrás por más amargas que fuesen las noticias. Pues desde hacía ya varias jornadas y ahora 48 horas prácticamente sin reposo, -tal vez alguna que otra siesta entre el cajonerío-, no cesábamos de embalar las piezas, previa limpieza y minuciosa revisión de sus respectivas clasificaciones. Con la meticulosa suavidad de quien ama lo que entre manos tiene, aprestaba todo para la mudanza. De a momentos tomaba una pieza y cesaba el tiempo mientras la observaba melancólico con sus rasgados ojos tras tantos años de trabajos en campo, afilados, prestos a detectar lo inimaginable. La mirada que posaba sobre el objeto dejaba entrever la angustiante pregunta de si sobreviviría una vez más otra mudanza, o más que esto último, una verdadera travesía, ya que no eran muebles lo que nos disponían desplazar. Remarco: Sin duda había que darle ánimos.
-Estamos entrando en un nuevo milenio, y viste que el progreso es progreso y esto no queda por fuera, va a salir todo de maravilla! Le decía yo, conociendo hacia donde se dirigiría el acervo científico más grande e importante del Uruguay, lo cual, estaba muy lejos de lo que “maravilla” pueda o no significar, más bien se encontraba en las antípodas de esta. Sencillamente -y esto es lo que yo me empeñaba a ocultarle- trataba un depósito de último momento y la promesa de una condena al olvido asegurada. Básicamente las prioridades gubernamentales de finales de los ’90 en materia cultural estaban expulsando a la ciencia de este territorio, y este muchacho, amable y soñador, era casi lo único que se interponía.
Entre las tareas de llevar, traer, mover, limpiar, ordenar, clasificar y soñar, se suscitaban interesantes momentos de charla, gracias a las cuales, con el correr de las jornadas fui tomando real dimensión sobre lo que entre manos teníamos. Yo siempre me había limitado a mis funciones básicas, pues siempre consideré no contaba con los arrestos necesarios para ya sea dar una charla, un recorrido o un brote espontáneo de información transmitida con la pasión que a él si lo caracterizaba, y con estas conversaciones que manteníamos entre plena tarea, fuere ya por su universal conocimiento y su peculiar forma de transmitirlo que, muchas veces en el fragor de la explicación, hasta sus movimientos seguían la intensa cadencia de sus palabras, invitaba de forma maravillosa a ir más allá, pues de eso se trata la pasión. Y fue así que paulatinamente comencé a enterarme de que el Museo Nacional de Historia Natural que estábamos preparando para una mudanza -dado que las remodelaciones del Teatro Solís así lo “requerían”-, fue el primer museo de nuestro país, fundado en 1837 en donde el mismísimo Dámaso Antonio Larrañaga -todos conocemos sus aportes a este país-, formó parte de la comisión fundadora, y como si este dato fuera poco, ni mencionar entonces que el museo formó además parte del Ideario Artiguista. O él estaba loco o el país y quienes nos invitaban a mudarnos lo estaban.

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-¿Pero estás seguro? Le pregunté ya demasiado impactado.
-Fijate vos mismo, me dijo, extendiéndome una serie de documentos que ya por su fragilidad, hablaban de no menos de 150 años, siendo empero su contenido lo que finalmente logró enmudecerme. Estaban ahí, las firmas, los nombres, todo. Parecía surreal e inmediatamente levanté mi cabeza fijando mi mirada a la suya, sumido en un estado de inercia mientras pensaba -ya con las pruebas en mi mano-, que ese joven científico en sus 20 y algo mozos, sostenía en sus hombros mucho más que la mayor y mejor colección de material sobre todo lo que vivió y vive en este país, sostenía la médula cultural, raíz y eje de la ciencia de una república. Me dejé caer hacia atrás apoyándome sobre unos cajones que para mayor espanto -pues eso sentí-, tenían la inscripción: “colección paleontológica Dr. Teodoro Vilardebó. Creí desfallecer.
-Y otras tantas colecciones donadas por grandes personalidades de nuestra historia -añadió-, sin mencionar la biblioteca científica, una de las cinco más importantes de Sudamérica, en donde no solo tenemos los registros detallados de naturalistas pioneros en esta región, además de contar con textos del siglo XVIII. Imaginate que en esos textos se encuentra la evolución científica de este país y la región, de perderse o estropearse tal vez solo una página de uno de esos textos, no nos quedaría más que subirnos a una máquina del tiempo, así que …
-¿Así que? –Añadí ansioso y estupefacto.
-Nada, todo saldrá bien. Concluyó grave y meditativo.
La mañana era fría y con una molesta llovizna que, en esa zona de la ciudad, donde los vientos del río duplican la sensación térmica y hacen llover casi de forma horizontal, lo único vertical y firme cuando llegué era su estampa apacible, media hora antes de comenzar a cargar la ciencia uruguaya en la parte de atrás de la vieja camioneta Willys que pudimos costear con lo ahorrado de una serie de charlas, menos la última, la cual yo le porfié sería la más rentable aunque él se empacó en brindarla gratuitamente ya que asistirían muchos niños y jóvenes.
-¿Y quién va a pagar el resfrío que nos vamos a agarrar? Le dije con mucha guasa, para aplacar un poco los nervios que yo sentía, aunque queriendo proyectárselos a él.
-Ahí vienen. Me dijo sin inmutarse de mi broma, o tal vez omitiendo el tema dinero, sea ya por bronca a las autoridades o porque sencillamente no le interesaba. Cosa que en mi caso era lo contrario, ganábamos mal como funcionarios técnicos del museo y aun así nos corrían sin hacerse cargo de nada, esto me generaba sentimientos muy encontrados. Miré hacia abajo meditando esto último, tragué saliva y dirigí mi atención hacia el fletero que se abría paso a bocina limpia entre aquel lúgubre panorama urbano.
-Qué carajo ni qué carajo! Llueve de lo lindo así que mijo no le garantizo que todos esos cajones lleguen sanitos. Y por el clima y viendo la cantidad de viajes que vamos a tener que hacer, le voy a tener que cobrar a mi sobrino como un peón más, por más que a él le gusten los bichos y lo ayude en el museo. Eso es otra cosa y ya le dije al mozo que con esos gustos no creo se gane un buen pasar… con todo respeto a ustedes claro.
Nos miramos. Los comentarios lapidantes del fletero me deformaron la expresión, pero a mi colega le parecieron simple ruido de fondo, manteniendo una sonrisa y saludando al chiquilín, el sobrino del hombre, devenido peón asalariado tras otra muestra popular de que la ciencia no valía un céntimo.
-Tu tío bromea, la próxima salida de campo la hacemos juntos ¿te parece? Le dijo mi colega al gurisito mientras su tío al oír esto ya estaba abriendo su bocota en el momento justo en que me interpuse mirándolo fijamente con esas miradas que lo serenan todo, y no por ser precisamente bonitas.
-Gué, vamo´ a meterle. Dijo el fletero finalmente y comenzamos de inmediato a cargar el primer viaje de la ciencia.
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-No puede ser.
Su mirada recorría con pena los recintos en donde íbamos apilando las cajas, el olor a humedad era casi intolerable, las paredes ennegrecidas por los hongos, y en ese preciso día de lluvia, hasta las líneas de agua filtrada y las goteras de los techos hacían eco por doquier. El quinto miembro de la mudanza, una ayudante voluntaria de la Facultad ya se encontraba hacía horas ubicando baldes y tarros bajo las goteras para que esos pisos no se anegaran. Me miró descolocado, buscando una respuesta de mi parte al por qué no se lo había comentado antes. Le argumenté con la verdad, no había otro lugar más que este que nos habían designado -o recluido-. Sabía que de habérselo comentado podría herir su voluntad y esperanzas, preferí que lo viera él una vez ya todo en marcha pues no habría vuelta atrás, y mi jugada de ahí en más consistiría en continuos comentarios optimistas, haciendo de tripas corazón, para que todo prosiguiera y la adaptación fuese lo menos dolorosa posible. Le comenté que iban a refaccionarlo todo, obviamente las colecciones no resistirían las condiciones del edificio y de seguro las autoridades eso ya lo sabían -ingenuidad la mía-. Que solo necesitaríamos mantener monitoreadas las colecciones en sus respectivos cajones un breve tiempo mientras el gran nuevo museo era reacondicionado. Eso pareció calmarle -sé que no del todo-, pero finalizamos la mudanza tras once horas. Efectivamente el nuevo lugar no solamente era pequeño, sino que no contaba con las condiciones mínimas para asegurar la integridad de las colecciones, exhibiciones, laboratorios y demás. Pero me negaba a creer que todo quedaría así, no era posible, no era lógico, todo estaría bien.
Durante los siguientes días, semanas y meses nos dedicamos a acondicionar provisoriamente los diferentes espacios y dar orden a lo que sosteníamos sería socorrido por las autoridades que ahí enviaron a la ciencia. Pero el tiempo pasaba y los monitoreos a las piezas ya eran rutinas de varias veces al día, hicimos reclamos varios pero parecían caer en oídos sordos. Nunca llegaban las promesas de refacción y acondicionamiento, y la tensión crecía. Al mismo tiempo, colegas científicos que nos visitaban corrieron la voz a nivel mundial solicitando la necesidad de salvaguardar mínimamente lo que las comunidades científicas más reconocidas de todas partes del globo sabían, era un acervo valiosísimo que ni ellos mismos tenían. Fueron varias las peticiones, las cartas, las visitas, pero ya dos años corrían entrados en el segundo milenio y nada, absolutamente nada fue facilitado. Ni siquiera técnicos específicos a las variadas colecciones, con lo que debíamos ser multifuncionales. Se podría decir que nos lográbamos ambientar, acondicionando pequeñas partes en la medida en que íbamos cobrando nuestros sueldos, pero la angustia y frustración eran, sin duda, constantes. En lo personal, mis expresiones no podían emular optimismo, carecía de esa capacidad o la había perdido completamente, debiéndome delegar en mi colega las charlas a instituciones y centros educativos que nos visitaban. Él lo hacía con extremo esmero, creyendo en lo imposible, mientras yo no lograba sino deteriorarme, solo salir a las salas para devolver las piezas exhibidas durante las visitas a sus cajones, o tumbas como me había acostumbrado a decir.
Llegando a mediados del tercer año me vi en la más espantosa decisión a tomar. Cuando le comenté que renunciaría, no voy a olvidar su mano en mi hombro, su mirada cálida y comprensiva, su “te entiendo completamente” y su mano saludando, agitándose en el aire mientras cerraba tras de mí las puertas de la tumba de la ciencia uruguaya toda. No lo podía concebir y no tenía ya esperanzas. El seguía ahí con una sonrisa y una pasión inquebrantable, él era el único protector de toda la ciencia uruguaya condenada al olvido por las eternas injusticias de un país con sus prioridades culturales severamente trastornadas.  
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-Papá mira! En la tele, tu colega, el que siempre decís que es valiente. Está hablando de dinosaurios, está buenísimo!
Ahí estaba él, doce años después, un programa cultural. No pude evitar la emoción, el arrebato de lágrimas en mis ojos.
-Qué hijo… ! No se rindió. Pensé en voz alta mientras mi esposa censuraba inmediatamente mis tan poco decorosas palabras. Continuaba con la misma sonrisa y chispa que conocí, divulgando la ciencia a contra viento y marea, como siempre lo había hecho.
-Viste como era verdad que tuvimos dinosaurios! Mira! Ahí está explicando, escucha, escucha!
La hipnosis de mi hijo al ver como mi colega explicaba lo que muchos creían descabellado era hermosa, y se la debía enteramente a él. Estamos en 2015 y continúa inalterable su pasión por defender y divulgar nuestros siglos de ciencia. Y ahora hasta mi esposa se había detenido a mirar junto a mi hijo los secretos naturales más fascinantes de nuestro país. Di unos pasos atrás, viendo a mi familia consumida por la curiosidad y la maravilla y reparé en la frase “secretos naturales más fascinantes de nuestro país”, y aún, exceptuando divulgaciones como la que estaba en la tv, la palabra “secreto” continuaba también inalterada. Hace unos días me enteré de que tras 16 años, las colecciones que conocí permanecían en ese mismo sepulcro sin haber recibido otro socorro más que la persistencia de mi colega y de innumerables voluntarios. 16 años! Protegieron a pulmón y pasión nuestro mayor acerbo científico! Por unos segundos sonreí tras confirmar que la pasión de mi colega era definitivamente inquebrantable, pero inmediatamente me invadió el absurdo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden haber pasado 16 años sin que el estado pusiera una pizca -por más mínima que fuese- de interés en preservar toda nuestra historia científica? No podemos estar ajenos ante tal atrocidad! 18 museos y centros culturales se abrieron de unos años a esta parte omitiendo el primero y mas importante! ¿Qué intencionalidad hay detrás de esto?, de haberla, es decir, borrar la ciencia de nuestro país, que sea ya al menos explicada! Pero si se trata de inoperancia, definitivamente TODA la cultura del Uruguay está ya en altísimo riesgo. Es absurdo.
Inmediatamente me atrincheré en el ordenador buscando información y respiré al descubrir que existe un saludable y muy racional interés en que no lleguemos a perder -si aún no es demasiado tarde- el mayor acerbo científico de nuestro país, vi una petición de firma para revertir de una vez esta penosa situación. Acabo de firmar y les invito e imploro queridos lectores a hacer lo mismo. El link es el siguiente:

https://www.facebook.com/groups/1617334655210723/?fref=ts


Gracias,
El último museo…