lunes, 11 de enero de 2016

SI BIEN FICCIÓN, LA SIGUIENTE HISTORIA ESTA BASADA EN UN 100% ACONTECIMIENTOS E INFORMACIÓN REALES. A LA FECHA, 2016, EL MUSEO NACIONAL DE HISTORIA NATURAL PENDE DE UN HILO.



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EL ÚLTIMO MUSEO
Crónicas del ocaso de la ciencia en el Uruguay
Texto y fotografías: Gonzalo Fierro Osores. Investigación: Cecilia Martínez.



-Viniendo el sobrino del fletero ya seríamos unos cinco.
Parecía aquello algo lisa y llanamente, descabellado. Pero lo que menos yo quería era desalentarlo, ya por demasiadas había él pasado en relación a lo que ahora -y nuevamente-, nos tenía en vilo, y que sería una verdadera injusticia el darle plena noticia de hacia donde la realidad de los hechos apuntaba; Pero conociéndolo, y a juzgar por ese peculiar brillo en sus ojos que no mostraban otra cosa sino su tan aguerrida tenacidad, ese tipo de estoicismo que nace de la más profunda pasión por aquello que, sobre sus hombros él mismo se estaba poniendo sin recibir más paga que un sueño. No era tanto un logro personal -y esto es lo más noble de él-, sino que trataba de un sueño para casi dos siglos de ciencia, pero por sobre todo su futuro y permanencia. No, el nunca daría marcha atrás por más amargas que fuesen las noticias. Pues desde hacía ya varias jornadas y ahora 48 horas prácticamente sin reposo, -tal vez alguna que otra siesta entre el cajonerío-, no cesábamos de embalar las piezas, previa limpieza y minuciosa revisión de sus respectivas clasificaciones. Con la meticulosa suavidad de quien ama lo que entre manos tiene, aprestaba todo para la mudanza. De a momentos tomaba una pieza y cesaba el tiempo mientras la observaba melancólico con sus rasgados ojos tras tantos años de trabajos en campo, afilados, prestos a detectar lo inimaginable. La mirada que posaba sobre el objeto dejaba entrever la angustiante pregunta de si sobreviviría una vez más otra mudanza, o más que esto último, una verdadera travesía, ya que no eran muebles lo que nos disponían desplazar. Remarco: Sin duda había que darle ánimos.
-Estamos entrando en un nuevo milenio, y viste que el progreso es progreso y esto no queda por fuera, va a salir todo de maravilla! Le decía yo, conociendo hacia donde se dirigiría el acervo científico más grande e importante del Uruguay, lo cual, estaba muy lejos de lo que “maravilla” pueda o no significar, más bien se encontraba en las antípodas de esta. Sencillamente -y esto es lo que yo me empeñaba a ocultarle- trataba un depósito de último momento y la promesa de una condena al olvido asegurada. Básicamente las prioridades gubernamentales de finales de los ’90 en materia cultural estaban expulsando a la ciencia de este territorio, y este muchacho, amable y soñador, era casi lo único que se interponía.
Entre las tareas de llevar, traer, mover, limpiar, ordenar, clasificar y soñar, se suscitaban interesantes momentos de charla, gracias a las cuales, con el correr de las jornadas fui tomando real dimensión sobre lo que entre manos teníamos. Yo siempre me había limitado a mis funciones básicas, pues siempre consideré no contaba con los arrestos necesarios para ya sea dar una charla, un recorrido o un brote espontáneo de información transmitida con la pasión que a él si lo caracterizaba, y con estas conversaciones que manteníamos entre plena tarea, fuere ya por su universal conocimiento y su peculiar forma de transmitirlo que, muchas veces en el fragor de la explicación, hasta sus movimientos seguían la intensa cadencia de sus palabras, invitaba de forma maravillosa a ir más allá, pues de eso se trata la pasión. Y fue así que paulatinamente comencé a enterarme de que el Museo Nacional de Historia Natural que estábamos preparando para una mudanza -dado que las remodelaciones del Teatro Solís así lo “requerían”-, fue el primer museo de nuestro país, fundado en 1837 en donde el mismísimo Dámaso Antonio Larrañaga -todos conocemos sus aportes a este país-, formó parte de la comisión fundadora, y como si este dato fuera poco, ni mencionar entonces que el museo formó además parte del Ideario Artiguista. O él estaba loco o el país y quienes nos invitaban a mudarnos lo estaban.

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-¿Pero estás seguro? Le pregunté ya demasiado impactado.
-Fijate vos mismo, me dijo, extendiéndome una serie de documentos que ya por su fragilidad, hablaban de no menos de 150 años, siendo empero su contenido lo que finalmente logró enmudecerme. Estaban ahí, las firmas, los nombres, todo. Parecía surreal e inmediatamente levanté mi cabeza fijando mi mirada a la suya, sumido en un estado de inercia mientras pensaba -ya con las pruebas en mi mano-, que ese joven científico en sus 20 y algo mozos, sostenía en sus hombros mucho más que la mayor y mejor colección de material sobre todo lo que vivió y vive en este país, sostenía la médula cultural, raíz y eje de la ciencia de una república. Me dejé caer hacia atrás apoyándome sobre unos cajones que para mayor espanto -pues eso sentí-, tenían la inscripción: “colección paleontológica Dr. Teodoro Vilardebó. Creí desfallecer.
-Y otras tantas colecciones donadas por grandes personalidades de nuestra historia -añadió-, sin mencionar la biblioteca científica, una de las cinco más importantes de Sudamérica, en donde no solo tenemos los registros detallados de naturalistas pioneros en esta región, además de contar con textos del siglo XVIII. Imaginate que en esos textos se encuentra la evolución científica de este país y la región, de perderse o estropearse tal vez solo una página de uno de esos textos, no nos quedaría más que subirnos a una máquina del tiempo, así que …
-¿Así que? –Añadí ansioso y estupefacto.
-Nada, todo saldrá bien. Concluyó grave y meditativo.
La mañana era fría y con una molesta llovizna que, en esa zona de la ciudad, donde los vientos del río duplican la sensación térmica y hacen llover casi de forma horizontal, lo único vertical y firme cuando llegué era su estampa apacible, media hora antes de comenzar a cargar la ciencia uruguaya en la parte de atrás de la vieja camioneta Willys que pudimos costear con lo ahorrado de una serie de charlas, menos la última, la cual yo le porfié sería la más rentable aunque él se empacó en brindarla gratuitamente ya que asistirían muchos niños y jóvenes.
-¿Y quién va a pagar el resfrío que nos vamos a agarrar? Le dije con mucha guasa, para aplacar un poco los nervios que yo sentía, aunque queriendo proyectárselos a él.
-Ahí vienen. Me dijo sin inmutarse de mi broma, o tal vez omitiendo el tema dinero, sea ya por bronca a las autoridades o porque sencillamente no le interesaba. Cosa que en mi caso era lo contrario, ganábamos mal como funcionarios técnicos del museo y aun así nos corrían sin hacerse cargo de nada, esto me generaba sentimientos muy encontrados. Miré hacia abajo meditando esto último, tragué saliva y dirigí mi atención hacia el fletero que se abría paso a bocina limpia entre aquel lúgubre panorama urbano.
-Qué carajo ni qué carajo! Llueve de lo lindo así que mijo no le garantizo que todos esos cajones lleguen sanitos. Y por el clima y viendo la cantidad de viajes que vamos a tener que hacer, le voy a tener que cobrar a mi sobrino como un peón más, por más que a él le gusten los bichos y lo ayude en el museo. Eso es otra cosa y ya le dije al mozo que con esos gustos no creo se gane un buen pasar… con todo respeto a ustedes claro.
Nos miramos. Los comentarios lapidantes del fletero me deformaron la expresión, pero a mi colega le parecieron simple ruido de fondo, manteniendo una sonrisa y saludando al chiquilín, el sobrino del hombre, devenido peón asalariado tras otra muestra popular de que la ciencia no valía un céntimo.
-Tu tío bromea, la próxima salida de campo la hacemos juntos ¿te parece? Le dijo mi colega al gurisito mientras su tío al oír esto ya estaba abriendo su bocota en el momento justo en que me interpuse mirándolo fijamente con esas miradas que lo serenan todo, y no por ser precisamente bonitas.
-Gué, vamo´ a meterle. Dijo el fletero finalmente y comenzamos de inmediato a cargar el primer viaje de la ciencia.
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-No puede ser.
Su mirada recorría con pena los recintos en donde íbamos apilando las cajas, el olor a humedad era casi intolerable, las paredes ennegrecidas por los hongos, y en ese preciso día de lluvia, hasta las líneas de agua filtrada y las goteras de los techos hacían eco por doquier. El quinto miembro de la mudanza, una ayudante voluntaria de la Facultad ya se encontraba hacía horas ubicando baldes y tarros bajo las goteras para que esos pisos no se anegaran. Me miró descolocado, buscando una respuesta de mi parte al por qué no se lo había comentado antes. Le argumenté con la verdad, no había otro lugar más que este que nos habían designado -o recluido-. Sabía que de habérselo comentado podría herir su voluntad y esperanzas, preferí que lo viera él una vez ya todo en marcha pues no habría vuelta atrás, y mi jugada de ahí en más consistiría en continuos comentarios optimistas, haciendo de tripas corazón, para que todo prosiguiera y la adaptación fuese lo menos dolorosa posible. Le comenté que iban a refaccionarlo todo, obviamente las colecciones no resistirían las condiciones del edificio y de seguro las autoridades eso ya lo sabían -ingenuidad la mía-. Que solo necesitaríamos mantener monitoreadas las colecciones en sus respectivos cajones un breve tiempo mientras el gran nuevo museo era reacondicionado. Eso pareció calmarle -sé que no del todo-, pero finalizamos la mudanza tras once horas. Efectivamente el nuevo lugar no solamente era pequeño, sino que no contaba con las condiciones mínimas para asegurar la integridad de las colecciones, exhibiciones, laboratorios y demás. Pero me negaba a creer que todo quedaría así, no era posible, no era lógico, todo estaría bien.
Durante los siguientes días, semanas y meses nos dedicamos a acondicionar provisoriamente los diferentes espacios y dar orden a lo que sosteníamos sería socorrido por las autoridades que ahí enviaron a la ciencia. Pero el tiempo pasaba y los monitoreos a las piezas ya eran rutinas de varias veces al día, hicimos reclamos varios pero parecían caer en oídos sordos. Nunca llegaban las promesas de refacción y acondicionamiento, y la tensión crecía. Al mismo tiempo, colegas científicos que nos visitaban corrieron la voz a nivel mundial solicitando la necesidad de salvaguardar mínimamente lo que las comunidades científicas más reconocidas de todas partes del globo sabían, era un acervo valiosísimo que ni ellos mismos tenían. Fueron varias las peticiones, las cartas, las visitas, pero ya dos años corrían entrados en el segundo milenio y nada, absolutamente nada fue facilitado. Ni siquiera técnicos específicos a las variadas colecciones, con lo que debíamos ser multifuncionales. Se podría decir que nos lográbamos ambientar, acondicionando pequeñas partes en la medida en que íbamos cobrando nuestros sueldos, pero la angustia y frustración eran, sin duda, constantes. En lo personal, mis expresiones no podían emular optimismo, carecía de esa capacidad o la había perdido completamente, debiéndome delegar en mi colega las charlas a instituciones y centros educativos que nos visitaban. Él lo hacía con extremo esmero, creyendo en lo imposible, mientras yo no lograba sino deteriorarme, solo salir a las salas para devolver las piezas exhibidas durante las visitas a sus cajones, o tumbas como me había acostumbrado a decir.
Llegando a mediados del tercer año me vi en la más espantosa decisión a tomar. Cuando le comenté que renunciaría, no voy a olvidar su mano en mi hombro, su mirada cálida y comprensiva, su “te entiendo completamente” y su mano saludando, agitándose en el aire mientras cerraba tras de mí las puertas de la tumba de la ciencia uruguaya toda. No lo podía concebir y no tenía ya esperanzas. El seguía ahí con una sonrisa y una pasión inquebrantable, él era el único protector de toda la ciencia uruguaya condenada al olvido por las eternas injusticias de un país con sus prioridades culturales severamente trastornadas.  
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-Papá mira! En la tele, tu colega, el que siempre decís que es valiente. Está hablando de dinosaurios, está buenísimo!
Ahí estaba él, doce años después, un programa cultural. No pude evitar la emoción, el arrebato de lágrimas en mis ojos.
-Qué hijo… ! No se rindió. Pensé en voz alta mientras mi esposa censuraba inmediatamente mis tan poco decorosas palabras. Continuaba con la misma sonrisa y chispa que conocí, divulgando la ciencia a contra viento y marea, como siempre lo había hecho.
-Viste como era verdad que tuvimos dinosaurios! Mira! Ahí está explicando, escucha, escucha!
La hipnosis de mi hijo al ver como mi colega explicaba lo que muchos creían descabellado era hermosa, y se la debía enteramente a él. Estamos en 2015 y continúa inalterable su pasión por defender y divulgar nuestros siglos de ciencia. Y ahora hasta mi esposa se había detenido a mirar junto a mi hijo los secretos naturales más fascinantes de nuestro país. Di unos pasos atrás, viendo a mi familia consumida por la curiosidad y la maravilla y reparé en la frase “secretos naturales más fascinantes de nuestro país”, y aún, exceptuando divulgaciones como la que estaba en la tv, la palabra “secreto” continuaba también inalterada. Hace unos días me enteré de que tras 16 años, las colecciones que conocí permanecían en ese mismo sepulcro sin haber recibido otro socorro más que la persistencia de mi colega y de innumerables voluntarios. 16 años! Protegieron a pulmón y pasión nuestro mayor acerbo científico! Por unos segundos sonreí tras confirmar que la pasión de mi colega era definitivamente inquebrantable, pero inmediatamente me invadió el absurdo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden haber pasado 16 años sin que el estado pusiera una pizca -por más mínima que fuese- de interés en preservar toda nuestra historia científica? No podemos estar ajenos ante tal atrocidad! 18 museos y centros culturales se abrieron de unos años a esta parte omitiendo el primero y mas importante! ¿Qué intencionalidad hay detrás de esto?, de haberla, es decir, borrar la ciencia de nuestro país, que sea ya al menos explicada! Pero si se trata de inoperancia, definitivamente TODA la cultura del Uruguay está ya en altísimo riesgo. Es absurdo.
Inmediatamente me atrincheré en el ordenador buscando información y respiré al descubrir que existe un saludable y muy racional interés en que no lleguemos a perder -si aún no es demasiado tarde- el mayor acerbo científico de nuestro país, vi una petición de firma para revertir de una vez esta penosa situación. Acabo de firmar y les invito e imploro queridos lectores a hacer lo mismo. El link es el siguiente:

https://www.facebook.com/groups/1617334655210723/?fref=ts


Gracias,
El último museo…