Durante estos últimos tiempos, incentivado por una
invitación a colaborar -desde mi profesión como psicólogo-, en una ambiciosa
investigación que lleva ya unos siete años, fui ahondando en la guerra como
condición inexorablemente humana ¿o no? Si bien desde mi condición como
revisionista histórico e investigador he abordado los conflictos bélicos más significativos
en la historia de mi región, no desde sus elementos tácticos en sí, sino desde
un abordaje antojadizamente antropológico en busca de puntos de inflexión que
precipitaron cambios económicos, políticos y más aún sociales, algo comprendía
de esta nefasta condición que paradójicamente facilitaba procesos de
modernización. Pues bien, el enfoque al cual me aboco en estos tiempos me ha
llevado en una derrota desde lo meramente tecnológico y táctico hacia lo
filosófico, en donde reconozco hube de garrear en una tormenta epistemológica
de proporciones dantescas. Pero el recorte temático debía hacerse, por lo cual dediqué
largas horas de estudio y reflexión que hasta lindaban con la etología. ¿Qué ha
llevado al ser humano a un síntoma global y perpetuo de crisis bélica? Tal vez
el primer indicador lo podamos encontrar 5.000 años atrás en lo que hoy es
Alemania, un sitio paleo-arqueológico en el cual se dio con el primer vestigio
de una matanza deliberada y mentada. Casi medio centenar de cuerpos en una
suerte de fosa natural junto a una aldea. ¿Qué significaba esto? La posesión.
Cuando nuestros antepasados dieron el paso hacia la agricultura, las tierras más
fértiles cobraron un “valor” tácito en tanto su poseedor, pero a cosecha
perdida, asalta nuestro instinto de supervivencia: El “vecino” no sufrió la
misma suerte con sus cultivos, me apropiaré de ellos y sus tierras y mi grupo
subsistirá. Las herramientas se tornaron en armas, las parcialidades en
protoejércitos y con los primeros asaltos, la territorialidad material se
sobredimensionó. Surge así la instrucción para el conflicto, se delimitan las
tierras y como la historia ha demostrado, el otrora campo ahora es fortificado,
las herramientas de cacería y agricultura evolucionan tecnológicamente en armas
y surge la figura del protector de “lo nuestro”, el soldado. Conforme pasaron
los milenios y siglos, el campo ya es feudo, el feudo reino, el reino, estado y
la fruición por poder en consonancia con tener aumenta, haciendo que todo
elemento satélite se adapte a estas nuevas realidades. Se profesionaliza la
figura militar y las guerras dejan de ser brotes espontáneos de supervivencia
básica, para tornarse en oscuras herramientas de andamiaje político y
económico-territorial. Las cartas están echadas y a la realidad se le echa la
loza de lo natural y legítimo. Las sociedades se acostumbraron a la herramienta
bélica y quienes gozaban de mayores poderes, se enamoraron de ella. Ahora, ¿Qué
ha sucedido con las individualidades? Dada la naturalidad del recurso bélico,
la figura guerrero o soldado tomaba para sí ideales nobles impuestos de forma
muy conveniente: patria, honor, valor, servicio… y la maquinaria continuó
funcionando utilizando “sangre fácil” como combustible.
Batalla de Gettysburg: Más muertes en un par de días que las
bajas conjuntas durante toda la guerra de Vietnam.
1ra Gran guerra (Primer guerra mundial): 31.000.000 muertes
entre civiles y beligerantes. Primer punto de inflexión hacia las
individualidades: Desarrollos de Sigmund Freud y descripción científica del “shellshock”,
neurosis de guerra y actualmente TEPT (Trastorno de Estrés Post – Traumático).
Tras el conflicto de 5 años, los hospitales europeos se plagaron más que de
heridas físicas, “extrañas condiciones nerviosas” que incluían espasmos
involuntarios, parálisis, ceguera, agresividad, retracción, ideaciones
delirantes, flashbacks en sueño y vigilia, alteraciones severas del ciclo
circadiano y conductas basales, entre otras más específicas y desgarradoras. Los
instrumentos terapéuticos de abordaje eran escasos y experimentales, el
suicidio comenzó a ser pandémico. Mis colegas dedicaron décadas de
investigación para con estas nuevas patologías. Pero, la guerra ya era parte de
la maquinaria de poder colonizador -en todos los aspectos-, se seguiría
necesitando sangre. ¿La solución? El entrenamiento psicológico para la guerra.
Entre el eterno péndulo humano de pasión – razón, la primera, con sus
componentes emocionales, debía ser erradicada, dándole orientación automática a
la segunda (razonamiento táctico), veloz, quirúrgico, preciso y efectivo. Para
esto se crearon siniestros planes de adoctrinamiento y disciplinamiento
tornando al humano-soldado en sencillamente soldado, despojado de toda sensibilidad.
La maquinaria continuó con autómatas de carne y hueso, no humanos y muñidos de
la última tecnología para dar muerte.
Si tengo, poseo, estoy en guerra. Como vimos, desde la
supervivencia más básica hasta la ambición de poder y coerción a través de la posesión,
han sido el patrón de la pésimamente llamada “arte de la guerra”. Pero no toda
posesión es material y no todos los soldados culminan siendo autómatas… el
espectro emocional prevalece como una posesión invaluable, así como la
responsabilidad por miles de vidas es una incómoda posesión que muchos
desearían desechar, así sea por unos días. El boicot emerge, la resistencia
igual, cobrando grandes proporciones ideológicas en los Estados Unidos de la
década del ’60, SXX ante la guerra de Vietnam. Hilando más fino, siglos atrás
sucedía lo mismo aunque de forma muy solapada, pues “guerrear” era Dios, Patria
y Familia, el ir contra esto, era socialmente censurado. Aun así generales
fueron ultimados desde sus propias filas (el caudillo Aparicio Saravia por
ejemplo), otros empero, no toleraban la posesión de tamañas responsabilidades
como dirigir un ejército a un continuum de muerte, deslindándose de sus causas –apremiados
por la fatiga psicológica y emocional-, que eventualmente causaban el
aplastamiento de sus propios hombres, una inmolación, un “basta”. Puede tal vez
así haber sucedido en la investigación en la que me encuentro, en la que un
general, ojos glaucos y enrojecidos de pólvora, se entregara a una matanza
segura. Un alivio, un último hálito de humanidad.
En una próxima entrega desarrollaré la especificidad de la
investigación en cuestión, pero me resultaba de rigor enmarcarla dentro de
estas reflexiones.
Mis agradecimientos a Rodolfo Salvador Cirio.
Lic. Psic. Gonzalo Fierro Osores.