lunes, 16 de julio de 2018

SI TENGO, ESTOY EN GUERRA. PARTE 1.



Durante estos últimos tiempos, incentivado por una invitación a colaborar -desde mi profesión como psicólogo-, en una ambiciosa investigación que lleva ya unos siete años, fui ahondando en la guerra como condición inexorablemente humana ¿o no? Si bien desde mi condición como revisionista histórico e investigador he abordado los conflictos bélicos más significativos en la historia de mi región, no desde sus elementos tácticos en sí, sino desde un abordaje antojadizamente antropológico en busca de puntos de inflexión que precipitaron cambios económicos, políticos y más aún sociales, algo comprendía de esta nefasta condición que paradójicamente facilitaba procesos de modernización. Pues bien, el enfoque al cual me aboco en estos tiempos me ha llevado en una derrota desde lo meramente tecnológico y táctico hacia lo filosófico, en donde reconozco hube de garrear en una tormenta epistemológica de proporciones dantescas. Pero el recorte temático debía hacerse, por lo cual dediqué largas horas de estudio y reflexión que hasta lindaban con la etología. ¿Qué ha llevado al ser humano a un síntoma global y perpetuo de crisis bélica? Tal vez el primer indicador lo podamos encontrar 5.000 años atrás en lo que hoy es Alemania, un sitio paleo-arqueológico en el cual se dio con el primer vestigio de una matanza deliberada y mentada. Casi medio centenar de cuerpos en una suerte de fosa natural junto a una aldea. ¿Qué significaba esto? La posesión. Cuando nuestros antepasados dieron el paso hacia la agricultura, las tierras más fértiles cobraron un “valor” tácito en tanto su poseedor, pero a cosecha perdida, asalta nuestro instinto de supervivencia: El “vecino” no sufrió la misma suerte con sus cultivos, me apropiaré de ellos y sus tierras y mi grupo subsistirá. Las herramientas se tornaron en armas, las parcialidades en protoejércitos y con los primeros asaltos, la territorialidad material se sobredimensionó. Surge así la instrucción para el conflicto, se delimitan las tierras y como la historia ha demostrado, el otrora campo ahora es fortificado, las herramientas de cacería y agricultura evolucionan tecnológicamente en armas y surge la figura del protector de “lo nuestro”, el soldado. Conforme pasaron los milenios y siglos, el campo ya es feudo, el feudo reino, el reino, estado y la fruición por poder en consonancia con tener aumenta, haciendo que todo elemento satélite se adapte a estas nuevas realidades. Se profesionaliza la figura militar y las guerras dejan de ser brotes espontáneos de supervivencia básica, para tornarse en oscuras herramientas de andamiaje político y económico-territorial. Las cartas están echadas y a la realidad se le echa la loza de lo natural y legítimo. Las sociedades se acostumbraron a la herramienta bélica y quienes gozaban de mayores poderes, se enamoraron de ella. Ahora, ¿Qué ha sucedido con las individualidades? Dada la naturalidad del recurso bélico, la figura guerrero o soldado tomaba para sí ideales nobles impuestos de forma muy conveniente: patria, honor, valor, servicio… y la maquinaria continuó funcionando utilizando “sangre fácil” como combustible.

Batalla de Gettysburg: Más muertes en un par de días que las bajas conjuntas durante toda la guerra de Vietnam.

1ra Gran guerra (Primer guerra mundial): 31.000.000 muertes entre civiles y beligerantes. Primer punto de inflexión hacia las individualidades: Desarrollos de Sigmund Freud y descripción científica del “shellshock”, neurosis de guerra y actualmente TEPT (Trastorno de Estrés Post – Traumático). 

Tras el conflicto de 5 años, los hospitales europeos se plagaron más que de heridas físicas, “extrañas condiciones nerviosas” que incluían espasmos involuntarios, parálisis, ceguera, agresividad, retracción, ideaciones delirantes, flashbacks en sueño y vigilia, alteraciones severas del ciclo circadiano y conductas basales, entre otras más específicas y desgarradoras. Los instrumentos terapéuticos de abordaje eran escasos y experimentales, el suicidio comenzó a ser pandémico. Mis colegas dedicaron décadas de investigación para con estas nuevas patologías. Pero, la guerra ya era parte de la maquinaria de poder colonizador -en todos los aspectos-, se seguiría necesitando sangre. ¿La solución? El entrenamiento psicológico para la guerra. Entre el eterno péndulo humano de pasión – razón, la primera, con sus componentes emocionales, debía ser erradicada, dándole orientación automática a la segunda (razonamiento táctico), veloz, quirúrgico, preciso y efectivo. Para esto se crearon siniestros planes de adoctrinamiento y disciplinamiento tornando al humano-soldado en sencillamente soldado, despojado de toda sensibilidad. La maquinaria continuó con autómatas de carne y hueso, no humanos y muñidos de la última tecnología para dar muerte.

Si tengo, poseo, estoy en guerra. Como vimos, desde la supervivencia más básica hasta la ambición de poder y coerción a través de la posesión, han sido el patrón de la pésimamente llamada “arte de la guerra”. Pero no toda posesión es material y no todos los soldados culminan siendo autómatas… el espectro emocional prevalece como una posesión invaluable, así como la responsabilidad por miles de vidas es una incómoda posesión que muchos desearían desechar, así sea por unos días. El boicot emerge, la resistencia igual, cobrando grandes proporciones ideológicas en los Estados Unidos de la década del ’60, SXX ante la guerra de Vietnam. Hilando más fino, siglos atrás sucedía lo mismo aunque de forma muy solapada, pues “guerrear” era Dios, Patria y Familia, el ir contra esto, era socialmente censurado. Aun así generales fueron ultimados desde sus propias filas (el caudillo Aparicio Saravia por ejemplo), otros empero, no toleraban la posesión de tamañas responsabilidades como dirigir un ejército a un continuum de muerte, deslindándose de sus causas –apremiados por la fatiga psicológica y emocional-, que eventualmente causaban el aplastamiento de sus propios hombres, una inmolación, un “basta”. Puede tal vez así haber sucedido en la investigación en la que me encuentro, en la que un general, ojos glaucos y enrojecidos de pólvora, se entregara a una matanza segura. Un alivio, un último hálito de humanidad.
En una próxima entrega desarrollaré la especificidad de la investigación en cuestión, pero me resultaba de rigor enmarcarla dentro de estas reflexiones.

Mis agradecimientos a Rodolfo Salvador Cirio.

Lic. Psic. Gonzalo Fierro Osores.